Fue a principios del siglo XIX, donde las circunstancias brindaron a los mestizos ya numerosos en la población de la “Villa Rica de Oropesa”, la posibilidad de introducir esa su expresión “baile de los negritos”, con todas sus características, valiéndose del razonamiento convincente para el párroco de la Iglesia “esos negros morosos, pecaminosos, lejos de estar barzoneando en Chincha, se les debe traer con látigo en mano para que vengan a regenerarse adorando al Niño Perdido y aprenden los mandamientos morales de la ley de Dios”. Se celebra el 24 de febrero. Así se organizó novedosamente ese grupo folklórico con una expresión afroide y lenguaje ingenuo, pícaro y romántico. Tal sucede que, simulando su llegada a caballo a la Villa Rica de Oropesa, hacen su aparición de las inmediaciones del cementerio, afectados por la fiebre palúdica, tras su paso por altos picos nevados de Portachuela y Chonta, dan lectura a su característico “Bando”, agradeciendo por la acogedora y bulliciosa bienvenida, ofreciendo bailes modernos y trayendo su mensaje de amor “de un beso para las serranas solteras; así fueran barrigonas”, “un abrazo fuerte para cada vieja vanidosa”, “una esperanza para cada viuda”, “dos uvitas maduras y jugosas para cada muchacha quinceañera”, y “que su venida de cinco días será para besar, bailar, cantar y adorar al Niño Perdido por ser Dios de Dioses”.
En ese mismo “Bando”, se hacen portavoces a nombre de sus patrones que en esta caso resultan el mayordomo y el autor, a quienes los motejan previamente de apodos, “invitando a todos los aficionados al vicio, chupacañas, traga de envaldes, a beber y comer a piernas sueltas”, “ucuchas (ratones) al palo aderezado con grasa de llama, jugos especiales preparados con aguas negras y lodo de pantano”, y otros chistes con sátira para burlarse de las autoridades, muy bien captadas de la imaginación cunda del negro; y se dirigen a la Plazuela de Santo Domingo. Desde vísperas del día central, el clan de 20 a 24 negros más o menos, integrados por “Branco” o “Huaqra Senqa” (nariz larga) representado al capataz blanco, que látigo o tronador en mano, viene abriendo campo y obligando a bailar a los negros para el Niño Perdido, por cuya razón se le llama también “Abrecampo”; “Marica” o “María Rosa” negra (hombre disfrazado de mujer), que haciendo el papel de bufona, se muestra coqueta y provocadora, mostrando los encantos de su cuerpo y repartiendo cucharonasos de barro a todo espectador desprevenido; el “Caporal Mayor” y el “Caporal Menor”, haciendo el papel de vigilantes de la disciplina del clan, adornados todos ellos, de vistosos y originales disfraces con pañuelos de seda y campanillas de plata en mano, bailan a ritmo de hermosos musicales, rematados en cierto momento, con el “zapatín” lleno de destreza, equilibrio y filigrana.
En medio de esos bailes combinan con ocurrencias y expresiones eróticas ingenuas de tipo negroide, por ejemplo, resulta común y tradicional de todo negro su afición por “son congonea” que llega a cautivar al público pueblerino.
Este clan, el día central o de la Procesión del Niño Perdido, rinden en cada esquina que descansa el anda, hermosos salmos o discursos, escritos por poetas huancavelicanos, tradicionistas huancavelicanos; concluida la procesión los negros bailan el atipanacuy que se reproduce en movimientos con el taco, esta baile dura varias horas, luego del cual salen danzando por calles y plazas; para el último día entre llantos y ataques de “María Rosa” realizan la despedida; con caña al hombro y tonada especial interpretada por los músicos; se irán bailando por las calles de Huancavelica.
En ese mismo “Bando”, se hacen portavoces a nombre de sus patrones que en esta caso resultan el mayordomo y el autor, a quienes los motejan previamente de apodos, “invitando a todos los aficionados al vicio, chupacañas, traga de envaldes, a beber y comer a piernas sueltas”, “ucuchas (ratones) al palo aderezado con grasa de llama, jugos especiales preparados con aguas negras y lodo de pantano”, y otros chistes con sátira para burlarse de las autoridades, muy bien captadas de la imaginación cunda del negro; y se dirigen a la Plazuela de Santo Domingo. Desde vísperas del día central, el clan de 20 a 24 negros más o menos, integrados por “Branco” o “Huaqra Senqa” (nariz larga) representado al capataz blanco, que látigo o tronador en mano, viene abriendo campo y obligando a bailar a los negros para el Niño Perdido, por cuya razón se le llama también “Abrecampo”; “Marica” o “María Rosa” negra (hombre disfrazado de mujer), que haciendo el papel de bufona, se muestra coqueta y provocadora, mostrando los encantos de su cuerpo y repartiendo cucharonasos de barro a todo espectador desprevenido; el “Caporal Mayor” y el “Caporal Menor”, haciendo el papel de vigilantes de la disciplina del clan, adornados todos ellos, de vistosos y originales disfraces con pañuelos de seda y campanillas de plata en mano, bailan a ritmo de hermosos musicales, rematados en cierto momento, con el “zapatín” lleno de destreza, equilibrio y filigrana.
En medio de esos bailes combinan con ocurrencias y expresiones eróticas ingenuas de tipo negroide, por ejemplo, resulta común y tradicional de todo negro su afición por “son congonea” que llega a cautivar al público pueblerino.
Este clan, el día central o de la Procesión del Niño Perdido, rinden en cada esquina que descansa el anda, hermosos salmos o discursos, escritos por poetas huancavelicanos, tradicionistas huancavelicanos; concluida la procesión los negros bailan el atipanacuy que se reproduce en movimientos con el taco, esta baile dura varias horas, luego del cual salen danzando por calles y plazas; para el último día entre llantos y ataques de “María Rosa” realizan la despedida; con caña al hombro y tonada especial interpretada por los músicos; se irán bailando por las calles de Huancavelica.
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